El hambre en el mundo es
uno de los problemas más graves e imperiosos a los que nos
enfrentamos como género humano. Es un hecho. Expertos de la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y
Agricultura (FAO) han propuesto como solución la progresiva
inclusión de insectos y arácnidos en nuestra dieta. Aunque la
palabra entomofagia (literalmente
“comer insectos”) aún no ha sido incluida en el
Diccionario de la RAE, este tipo de alimentación existe desde
tiempos inmemoriales. Aristóteles ya dejó constancia del uso
culinario de cigarras. Otras culturas milenarias, como la japonesa,
consideran manjar un tipo de saltamontes y valoran las cualidades
nutritivas de las larvas de avispas.
Las ventajas de este
tipo de alimentación son numerosas. La más evidente: el reducido
espacio necesario para la cría de estos animales. La más
sorprendente: los aportes nutricionales. Una jugosa ración de 100
gramos de saltamontes contiene 20,60 gramos de proteínas, mientras
que 100 gramos de grillos aportan 7,6 gramos de calcio. Son sólo
unos ejemplos y, claro está, estas cifras varían en función de la
manera en que han sido criados, conservados y cocinados. ¿No se os
hace la boca agua?
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