viernes, 18 de mayo de 2012

La curiosidad como origen



Resulta desalentador (o fascinante si preferís el optimismo) pensar cómo hombres cuya esperanza de vida era mucho menor que la nuestra sacaron un partido a su existencia inconcebible en los tiempos que vivimos.
Todos tenemos una idea de la prolija obra de Aristóteles, de sus tiempos como maestro de Alejandro Magno, de la creación del Liceo, de sus reflexiones sobre la organización del Estado... Pero su faceta como padre de la biología es más desconocida. A través de la observación y de conversaciones mantenidas con pescadores y cazadores, Aristóteles fue capaz de distinguir entre animales de sangre roja y de sangre no roja que coincide casi completamente con la división actual de animales vertebrados e invertebrados, descubrió la manera en que se reproducen los cefalópodos... Una de sus observaciones más interesantes es sobre la manera en que se reproducen los siluros, ya que fueron consideradas erróneas hasta que en el siglo XIX, el naturalista Louis Agassiz observó los comportamientos descritos por el pensador de Estagira en una especie de siluro que habitaba en América del Norte y en ríos griegos. ¡A pesar de los avances científicos y tecnológicos, se tardaron más de veinte siglos en volver a observar lo que Aristóteles ya había reflejado en su obra Investigación sobre los animales.

Los primeros filósofos centraron parte de sus continuas reflexiones en determinar cuál es el motor de la vida humana. Precisamente Aristóteles mantenía que la característica principal que confiere al hombre su cualidad humana es el alma y su naturaleza razonable. El hombre actual mantiene estas cualidades de alma y, aunque a veces cueste creerlo, razón. Sin embargo, una gran parte de nosotros hemos perdido la cualidad que, en mi opinión, distinguía a los anteriores Hombres de las actuales personas: la curiosidad. La parte del alma que antes ocupaba la curiosidad, el ansia por conocer lo que nos rodea, ha sido asesinada por la ambición – económica para más señas – que ha ocupado su lugar y ha dejado además hueco para la pereza.

No obstante, existe un pero, un rayo de esperanza. Hace poco leí la historia de una familia que, en un intento de desvincularse de una sociedad que ha perdido los principios que creíamos que nos hacían humanos (he aquí otra falacia: por poner un ejemplo, los elefantes muestran conductas que los humanos siempre nos hemos reservado para nosotros mismos), ha emprendido un viaje lejos de carreteras y hoteles para salir de la caverna y reconocer el mundo más allá de visiones impuestas y plutocracias decadentes.


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