Resulta desalentador (o fascinante si preferís el optimismo) pensar cómo hombres cuya esperanza de vida era mucho menor que la nuestra sacaron un partido a su existencia inconcebible en los tiempos que vivimos.
Todos tenemos una idea
de la prolija obra de Aristóteles, de sus tiempos como maestro de
Alejandro Magno, de la creación del Liceo, de sus reflexiones sobre
la organización del Estado... Pero su faceta como padre de la
biología es más desconocida. A través de la observación y de
conversaciones mantenidas con pescadores y cazadores, Aristóteles
fue capaz de distinguir entre animales de sangre roja y de sangre no
roja que coincide casi completamente con la división actual de
animales vertebrados e invertebrados, descubrió la manera en que se
reproducen los cefalópodos... Una de sus observaciones más
interesantes es sobre la manera en que se reproducen los siluros, ya
que fueron consideradas erróneas hasta que en el siglo XIX, el
naturalista Louis Agassiz observó los comportamientos descritos por
el pensador de Estagira en una especie de siluro que habitaba en
América del Norte y en ríos griegos. ¡A pesar de los avances
científicos y tecnológicos, se tardaron más de veinte siglos en volver a
observar lo que Aristóteles ya había reflejado en su obra
Investigación sobre los animales.
Los primeros filósofos
centraron parte de sus continuas reflexiones en determinar cuál es
el motor de la vida humana. Precisamente Aristóteles mantenía que
la característica principal que confiere al hombre su cualidad
humana es el alma y su naturaleza razonable. El hombre actual
mantiene estas cualidades de alma y, aunque a veces cueste creerlo,
razón. Sin embargo, una gran parte de nosotros hemos perdido la
cualidad que, en mi opinión, distinguía a los anteriores Hombres de
las actuales personas: la curiosidad. La parte del alma que antes
ocupaba la curiosidad, el ansia por conocer lo que nos rodea, ha sido
asesinada por la ambición – económica para más señas – que ha
ocupado su lugar y ha dejado además hueco para la pereza.
No obstante, existe
un pero, un rayo de esperanza. Hace poco leí la historia de una
familia que, en un intento de desvincularse de una sociedad que ha
perdido los principios que creíamos que nos hacían humanos (he aquí
otra falacia: por poner un ejemplo, los elefantes muestran conductas
que los humanos siempre nos hemos reservado para nosotros mismos), ha
emprendido un viaje lejos de carreteras y hoteles para salir de la
caverna y reconocer el mundo más allá de visiones impuestas y
plutocracias decadentes.
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