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Agradezco su colaboración a la modelo. |
Uno
de los principios rectores de la Constitución de 1978 es el derecho a una
vivienda digna. Para algunos, la dignidad de la morada queda supeditada a la
categoría de persona a la que perteneces. Si ellos consideran que te encuentras
en la condición de perro flauta, tu
vivienda digna se reduce a una pequeña parcela de putrefacción en el infierno.
(Aviso a navegantes, para esos algunos
el linaje perroflautista engloba a todo aquél que osara concentrarse en las
inmediaciones de Neptuno). En cambio, si eres gente de bien (los oyentes de Cristina López Schlichting y César
Vidal saben a qué me refiero), la dignidad de tu vivienda pasa por mantener el
servicio sin que tu nivel de vida se vea afectado.
Sin
embargo, y pese a quien le pese, hay una vivienda digna de la que todos sin
excepción hemos disfrutado sin pagar hipoteca, ni alquiler, ni gastos. Durante
el tiempo que habitamos esa rica morada, nos meamos por doquier (y no huele) y comemos
siempre de gorra. De hecho, nos
alimentan tan bien que duplicamos 3.000 millones de veces nuestro tamaño en
sólo nueve meses. Tras ese tiempo, nos echan a patadas, sufriendo el desahucio
más traumático de nuestras vidas. No es de extrañar que después de la
experiencia, tardemos un mes en recuperar la sonrisa…