Resulta desalentador (o fascinante si preferís el optimismo) pensar cómo hombres cuya esperanza de vida era mucho menor que la nuestra sacaron un partido a su existencia inconcebible en los tiempos que vivimos.
Todos tenemos una idea
de la prolija obra de Aristóteles, de sus tiempos como maestro de
Alejandro Magno, de la creación del Liceo, de sus reflexiones sobre
la organización del Estado... Pero su faceta como padre de la
biología es más desconocida. A través de la observación y de
conversaciones mantenidas con pescadores y cazadores, Aristóteles
fue capaz de distinguir entre animales de sangre roja y de sangre no
roja que coincide casi completamente con la división actual de
animales vertebrados e invertebrados, descubrió la manera en que se
reproducen los cefalópodos... Una de sus observaciones más
interesantes es sobre la manera en que se reproducen los siluros, ya
que fueron consideradas erróneas hasta que en el siglo XIX, el
naturalista Louis Agassiz observó los comportamientos descritos por
el pensador de Estagira en una especie de siluro que habitaba en
América del Norte y en ríos griegos. ¡A pesar de los avances
científicos y tecnológicos, se tardaron más de veinte siglos en volver a
observar lo que Aristóteles ya había reflejado en su obra
Investigación sobre los animales.